Antes de aquella noche, mi relación con el rock era bastante distante, la verdad; no tenía nada en contra del género, pero tampoco me había atrapado. Escuchaba canciones icónicas aquí y allá, conocía nombres de grupos clásicos, pero hasta ahí llegaba mi interés.
Extremoduro, por ejemplo, era un nombre que me sonaba lejano, un grupo que mucha gente veneraba, pero al que nunca le había dado la oportunidad. Sin embargo, la vida tiene formas curiosas de ponernos frente a lo que necesitamos, incluso cuando no sabemos que lo necesitamos.
Todo comenzó por casualidad. Un amigo, fan declarado del grupo, consiguió entradas para un concierto en nuestra ciudad. Tenía una de sobra, y aunque no estaba segura de si ese plan era para mí, acepté; “por probar”, me dije. Lo que no sabía era que esa decisión tan simple me llevaría a una de las noches más inolvidables de mi vida y que cambiaría mi relación con la música para siempre.
Un ambiente que prometía emociones fuertes.
Llegamos al recinto temprano, pero ya se notaba la energía en el aire. Gente con camisetas del grupo, muchas de ellas desgastadas por el uso y los años, se reunían en grupos que cantaban fragmentos de canciones a viva voz. Había una mezcla de edades sorprendente: desde jóvenes emocionados que seguramente estaban en su primer concierto, hasta adultos que llevaban décadas siguiendo al grupo.
Recuerdo que, al principio, me sentía como una infiltrada en un mundo que no me pertenecía. No conocía las letras, no entendía las referencias y, por momentos, sentí que quizás me había equivocado aceptando la invitación. Sin embargo, a medida que observaba a la gente y escuchaba sus conversaciones, algo en mí empezó a cambiar: surgió una pasión en el ambiente que no podía ignorar, algo que te hacía sentir que estabas a punto de ser parte de algo especial.
Cuando las luces del escenario se apagaron, el rugido de la multitud fue tan potente que me puso la piel de gallina. Y entonces, apareció el gran guitarrista, cantante y compositor que me hizo experimentar un sinfín de emociones: Roberto Iniesta.
El impacto de Extremoduro en directo.
Si alguna vez has visto a un artista que parece no esforzarse y, aun así, tiene el control absoluto de un escenario, sabes de lo que hablo. Roberto Iniesta (más conocido como “Robe”) el alma de Extremoduro, tiene una presencia que no se puede explicar del todo con palabras: no es solo su voz rasgada ni la forma en que toca la guitarra; es una conexión casi mágica con el público. Desde el primer acorde, me di cuenta de que aquello no era un concierto cualquiera.
Extremoduro tiene algo que los distingue de otros grupos. Por un lado, su música combina la crudeza del rock con una poesía tan íntima y desgarradora que es imposible no sentir algo. Por otro, hay una honestidad brutal en sus letras y en su forma de interpretar que te hace sentir como si estuvieras escuchando las confesiones de un amigo en una noche de borrachera.
Cuando tocaron canciones como “Salir” o “So payaso”, algo dentro de mí se removió. No entendía cómo había pasado tanto tiempo sin descubrir la intensidad de ese tipo de música. Había algo en las letras, en los acordes y en la manera en que el público coreaba cada palabra, que me hizo darme cuenta de que había encontrado algo que resonaba conmigo de una manera completamente nueva.
Un poco sobre Extremoduro: el alma detrás de la música
Para quienes, como yo antes de ese concierto, no están familiarizados con Extremoduro, el grupo es una de las bandas más icónicas del rock español. Fundado en Plasencia en 1987 por Robe Iniesta, Extremoduro comenzó como una banda que buscaba abrirse camino en un panorama musical complicado. En sus inicios, se financiaban a base de rifas y pequeños conciertos, pero poco a poco lograron hacerse un hueco gracias a su estilo único y su actitud irreverente.
Lo que hace especial a Extremoduro es, sin duda, su capacidad para mezclar la poesía con la música de una manera que pocos grupos han logrado. Sus letras están llenas de metáforas, imágenes potentes y un lenguaje que no tiene miedo de ser explícito o políticamente incorrecto. Canciones como “Ama, ama y ensancha el alma” o “Pedrá” son un ejemplo de cómo pueden pasar de una reflexión filosófica a una explosión de rabia en cuestión de segundos.
Es impresionante, pero debo decir que cambiaron mi percepción de la música de una manera bestial ¡Imagínate como de enganchada estoy, que ya tengo incluso entradas compradas de Logiticket para ver un tributo de ellos en enero!
Y sí, digo tributo porque por desgracia se separaron en 2019, ya que esta experiencia que te estoy contando es anterior a esa fecha. Aun así, no debemos estar tristes, pues el legado de Extremoduro sigue vivo en sus canciones y en los corazones de sus seguidores (y, por supuesto, en personas como yo, que los descubrieron quizá tarde, pero a tiempo para dejarse transformar por su música).
La magia de las letras.
Sin duda, algo que me marcó profundamente esa noche fue darme cuenta de lo mucho que pueden transmitir unas palabras cuando están acompañadas de la música adecuada. Extremoduro no se limita a cantar sobre el amor o la vida; ellos lo viven y lo cuentan desde un lugar de honestidad total.
Por ejemplo, la canción “Jesucristo García” me dejó impactada. En ese momento no conocía su trasfondo, pero podía sentir la mezcla de dolor, ironía y rebeldía en cada verso. Más tarde, al investigar sobre ella, descubrí que la canción habla de los excesos, de la lucha interna y de cómo enfrentarse a los demonios personales. Es poesía pura envuelta en un manto de guitarras y batería.
El poder del directo.
De verdad, no exagero cuando digo que el rock en directo es una experiencia única, y que para disfrutar al 100% de los grupos que nos gustan, deberíamos ir al menos a un concierto de ellos en la vida.
Existe algo en la manera en que los instrumentos suenan en vivo, en cómo las luces y el humo se mezclan con el sudor y la emoción del público, que hace que todo sea más intenso. Cada nota parecía resonar en mi pecho, como si la música se hubiese apoderado de mi cuerpo por completo.
Cuando llegó el momento de “La vereda de la puerta de atrás”, uno de sus temas más conocidos, el recinto entero pareció explotar. Todo el mundo cantaba, y aunque yo no conocía bien la letra, me encontré tarareándola como si siempre hubiera sido parte de mi vida. Fue uno de esos momentos en los que entiendes por qué la música tiene el poder de unir a las personas.
¡El público y sus fans fueron geniales!
Si algo caracteriza a los fans de Extremoduro es su pasión. Esa noche me di cuenta de que estaba viviendo una experiencia que iba mucho más allá de un simple concierto: era una auténtica reunión de almas afines que compartían algo más que música. Había gente abrazándose, llorando, compartiendo cervezas y, sobre todo, viviendo cada canción como si fuera la última.
De hecho, sin ir más lejos, me ocurrió algo que me marcó bastante: una chica que estaba a mi lado, al darse cuenta de que no conocía las letras, me ofreció su ayuda. “No te preocupes, solo cierra los ojos y siente”, me dijo. Y tenía razón. Porque al final, para vivir la música no debemos entender ni recitar de memoria cada palabra… Basta con dejarnos llevar por la emoción y por el ritmo de la canción, para que podamos empatizar profundamente con el mensaje de la misma.
Reflexiones que aún me llegan de aquella noche.
Cuando salí del concierto, sentí que algo dentro de mí había cambiado.
Había llegado allí como una espectadora casual y me fui como alguien que había encontrado una parte de sí misma que ni siquiera sabía que existía. No se trataba solo de la música; era la actitud, la energía, la conexión con algo más grande que tú misma.
Desde entonces, Extremoduro y otros grupos más de rock, se han convertido en una parte fundamental de mi vida. Sus canciones son un verdadero refugio para mí en los días difíciles, mi compañía en los momentos de soledad y mi inspiración para recordar que, al final, todos somos un poco caóticos, pero esa es la belleza de la vida.
Así que, esa increíble, divertida y espontánea experiencia me cambió y me convirtió sin duda, en una auténtica amante del rock ¡Pero eso no fue todo lo que me regaló! También me enseñó a sentir más profundamente, a vivir con más intensidad y a valorar el poder transformador de la música. Y aunque no puedo revivir ese momento, siempre llevaré conmigo la lección más importante que aprendí: a veces, lo que más necesitas está justo en el lugar donde menos esperas encontrarlo.